Hace unos años me desperté poco después de la medianoche con dolor intenso en la parte inferior de mi cuerpo. Durante un rato oré, reconociendo la totalidad de Dios y la perfección del hombre como Su semejanza, pero sin alivio. Finalmente sentí que no podía soportar el malestar mucho más tiempo, y grité en silencio, «Dios mío, ¿por qué no me alivio? He estado confiando en la Verdad».
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